"La culpa de todo esto la tiene Perón".
(Margareth Thatcher, a sus colaboradores, el 02/04
de 1982. Citado en: Revista Doctrina para el
Movimiento Nacional, 22, mayo de 1990, p. 31).
"Este hecho militar tiene el respaldo de todo el
país. Es una reivindicación
histórica que tiene el asentimiento y la
unanimidad de los argentinos".
(Raúl Alfonsín, con motivo de la
recuperación. Citado en: Armando Alonso
Piñeiro: Historia de la Guerra de
Malvinas, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1992, p.45).
"Las Fuerzas Armadas se hicieron eco del clamor
popular y siguieron los lineamientos del reclamo:
recuperar las islas e izar el pabellón
celeste y blanco". (Carlos Saúl Menem, en
las mismas circunstancias. Ibid., p. 45).
"Cuando se cuenta con el respaldo de un derecho
tan indiscutible y tan universalmente reconocido
como es el de la Argentina sobre las Malvinas,
todo acto tendiente a ejercerlo en su plenitud
no sólo está justificado, sino
que es imperativo". (Ing. Álvaro Alsogaray,
Abril de 1982. Ibid., p.46).
"Hay que demostrarle al mundo que esto no es una
acción unilateral de las Fuerzas Armadas,
sino que es del pueblo todo". (Carlos Contín,
entonces presidente del Comité Nacional de
la Unión Cívica Radical.
Ibid., p. 46)
"[La recuperación de Malvinas] ...era encarar
un acto heroico e histórico, capaz de reivindicar
a las Fuerzas Armadas" (Rodolfo Terragno, misma época
Ibid., p.46).
"El movimiento obrero argentino, representado por la CGT,
acompañará este hecho histórico
declarando el día 2 de abril como de Júbilo
Nacional" (Comunicado de la CGT. Ibid., p. 46)
"No estoy seguro de ganar ninguna batalla, pero tenemos que
detenerlos [a los argentinos] antes de que cunda el ejemplo
entre otros gobiernos". (John Nott, ministro de Defensa de
Gran Bretaña, ante la partida de la Fuerza de Tareas.
Ibid., p. 56).
"La Argentina tiene las espaldas bien cubiertas"
(Dictador chileno Augusto Pinochet)
"He estudiado todos los debates y todos los documentos y para
mí está muy claro que ustedes tienen razón
y que si se pudiera lograr la adjudicación de algún
cuerpo imparcial no cabe la menor duda de que éste
apoyaría la tesis argentina". (Alexander Haig, 17/04/82,
ante el canciller argentino Costa Méndez.
Piñeiro, op. cit., p. 55).
- Haig: "El conocimiento que yo tengo es que la flota no está avanzando."
- Costa Méndez:¿ "No está avanzando?"
- Haig: No está avanzando y no tiene intenciones de avanzar."
(Diálogo telefónico del 14/04/82 a las 13:50 entre el
canciller argentino Costa Méndez y el secretario de Estado
norteamericano Alexander Haig. Ibid., p. 51)
"Ya no será sólo Gran Bretaña; EEUU la
respaldará, y junto con la OTAN presionará e
inevitablemente el gobierno militar argentino va a caer.
Esté usted seguro".
(Haig a Costa Méndez, a fines de abril de 1982. Citado
en: Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy; Malvinas, la trama
secreta. Ed. Planeta, Buenos Aires, 1992, p. 244)
"Sus hombres del Departamento de Estado son simples aficionados
británicos disfrazados de norteamericanos".
(Jeanne Kirkpatrick, embajadora de EEUU en la ONU, dirigiéndose
al secretario de Estado, Alexander Haig. Piñeiro, op. cit.,
p. 55).
"Esto es la escalada hacia la pelea final, que en mi opinión
será un paseo. (Contraalmirante John Woodward,
comandante en jefe de la Fuerza de Tareas británica,
ante periodistas luego de tomar las Georgias de abril.
Arthur Gavshon y Desmond Rice: El hundimiento del
Belgrano, Ed. Emecé, Buenos Aires, 1984, p. 203).
"La Marina pensó que nosotros somos británicos
y ellos [los argentinos] unos atrasados, y que esta diferencia
sería suficiente. Así nos lo dijo el almirante
[John Woodward] por la televisión... y así
fue como hundieron al Sheffield..."
(Teniente David Tinker, muerto en el HMS Glamorgan el 12/06/82,
en carta póstuma a su padre. Citado en: Revista Por
Malvinas. Una generación que sigue la lucha, n° 27, p. 4).
"¿Quién estaba ganando en ese momento?
[semana posterior al desembarco en San Carlos, momento en
que la flota sufrió graves daños] Nosotros
seguro que no."
(Contraalmirante John Woodward en sus memorias: One
Hundred Days).
"¡Francamente, a los Argentinos les hubiera bastado
un soplido para hacernos caer!" (Contraalmirante Woodward,
citado en: Nigel West: La guerra secreta por las Malvinas,
Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1997)
"John Nott quería una Armada pequeña.
¡Por Dios, la tendrá!"
(Teniente coronel Herbert Jones, jefe del II
Batallón de Paracaidistas británico,
aludiendo a las graves pérdidas navales
de la Fuerza de Tareas, muy pocos días antes
de caer en Pradera del Ganso.
Piñeiro, op. cit., p. 241).
"No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron
eran soldados tenaces y competentes y muchos han muerto en
su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres."
(General Anthony Wilson, comandante de la V Brigada de
Infantería británica, 14/06/82.
Ibid., p. 230).
"No obstante, pese al éxito obtenido, el avance
hacia Puerto Argentino no ha sido fácil.
Cada ataque nuestro tropieza con tropas argentinas
bien armadas y atrincheradas. En algunos casos,
nuestros soldados tenían que permanecer clavados
en el suelo debido a los morteros y a las balas disparadas
por tiradores de élite enemigos".
(General de división Jeremy Moore, comandante
en jefe de todas las fuerzas terrestres británicas
en Malvinas. Ibid, p. 198).
Y la última, que nos dice que por ahora estamos en el barro...
(la palabra desmalvinización es pura casualidad)
"A la Argentina hay que revolcarla en el barro de la
humillación".(Winston Churchill -nieto- en
el Parlamento, 21/06/82. Ibid., p. 225).
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En este blog encontraras todo lo relacionado con la Guerra de Malvinas y sus participantes, actividades del Centro de Veteranos de Guerra y Familiares de Caidos,de la localidad de Hernando.(Cba), en homenaje a quienes dieron la vida por Malvinas, en especial a Fabricio Carrascull y Horacio Giraudo.
sábado, 28 de agosto de 2010
lunes, 16 de agosto de 2010
MALVINAS SECRETOS DE GUERRA
Informe especial
Cuando el submarino Santiago del Estero desembarcó secretamente en una playa desierta de las islas Malvinas a 40 kilómetros de Puerto Argentino en octubre de 1966, uno de sus tripulantes y capitán de corbeta Juan José Lombardo no soñaba que 16 años después sería el planificador de la invasión en 1982 y comandante del “Teatro de Operaciones Malvinas” en la guerra. Tampoco incidió en su posterior designación: ningún marino en actividad sabía que había sido uno de los protagonistas.
Aquel desembarco formó parte de un largo juego de guerra en torno de la recuperación de las islas Malvinas, que retomó como hipótesis el almirante Eduardo Massera en 1977 y que, finalmente, culminó en 1982 con la invasión y la búsqueda de oxígeno político para el Proceso que agonizaba. La invasión a las islas fue una de las pocas decisiones confidenciales que las Fuerzas Armadas lograron mantener. Aunque ya para diciembre de 1981 ocho almirantes de la Marina sabían de la decision de ocuparlas, lo ignoraba un miembro de la junta militar: el brigadier Lami Dozo, comandante de la Fuerza Aérea, mientras el general Mario Benjamín Menéndez recién se iba a enterar el 1 de marzo.
Convenciendo al general
Anaya había pensando la operación cuando peleaba con las lecciones de inglés en Londres en la Agregaduría naval. Ya como comandante de la Armada, el 9 de diciembre de 1981 lo había convencido en una comida con sus esposas al comandante en jefe del Ejército, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, diciéndole que él le abría el camino para derrocar al general Roberto Viola de la presidencia. Pero tenía un precio: que apoyara la ocupación de las islas Malvinas. En los tres meses del conflicto más inesperado de la historia contemporánea, las “operaciones secretas” de ingleses y argentinos durante la guerra de las Malvinas fueron por lo menos siete. Del lado británico, son difíciles de reconstruir porque creen en la ley de secretos de Estado y la respetan. Para los militares argentinos, la derrota fue tan traumática y vergonzante que nadie se atreve a escribir una historia oficial o a admitir que hubo héroes que están olvidados y muchos, desamparados. Los errores, horrores y épicas de la guerra de las Malvinas se conocen con cuentagotas, y hay más reconocimientos a la actuación de los militares y soldados argentinos en libros y documentales hechos por los británicos que en su propio país. Este relato es el fruto de una investigación que incluyó docenas de horas de conversación con los protagonistas de la guerra de las Malvinas en la Argentina y Gran Bretaña entre agosto de 1982 y diciembre de 1985. A muchos que ayudaron a reconstruir las operaciones secretas del conflicto anglo-argentino no se los identifica a su propio pedido. Algunos han muerto y la mayoría de los militares involucrados están en situación de retiro.
Rumbo a las islas
En 1966, al comando del hoy fallecido capitán de fragata Horacio González Llanos y con Lombardo como segundo, el viejo submarino de origen norteamericano “Santiago del Estero” se desprendió de la “task force” argentina que había cumplido sus ejercicios anuales en las cercanías de Puerto Pirámides y navegó durante cuatro días hacia las islas. Aunque la tripulación creía que se dirigían a Mar del Plata, su base original. “Nos enteramos después que el comandante recibió la orden del almirante Benigno Varela, jefe de la Armada en 1966, de dirigirnos hacia la isla Soledad”, contó a Clarín uno de los oficiales que participó. Navegaron en inmersión y el submarino subió a la superficie con sus 85 tripulantes al atardecer. Dos patrullas de seis hombres cada una partieron hacia la playa, que estaba a un kilómetro y medio de distancia, en botes. La misión era reconocer si esa playa era apta para un desembarco argentino. Pero el primer intento fue un fracaso: la patrulla se perdió, el submarino los recogió de los kayacs arrastrados por la corriente marina y volvieron a sumergirse. Emergieron nuevamente al atardecer del día siguiente y consiguieron cumplir su objetivo.
El kelper no anunciado
En su análisis preparatorio, los riesgos estudiados eran mínimos. La playa era desértica y pantanosa y el único problema podría ser que varara el submarino. La gente no estaba incluida en el cálculo de las probabilidades. Pero el poblador apareció al amanecer. Un kelper somnoliento y sorprendido “aproximadamente de 40 años” se encontró frente a los militares argentinos uniformados, sin darse cuenta de que su vida corría peligro. El comandante González Llanos optó por una solución piadosa: le vaciaron una botella de whisky en la boca, lo abandonaron en la playa y partieron hacia el Santiago del Estero. La operación fue tan secreta que ni siquiera figura en el currículum de los tripulantes. Solo la conocían el nacionalista almirante Varela y Juan Carlos Boffi, comandante de la flota de mar. Varela lo admitió en su casa de Boulogne 16 años después ante esta periodista. “Supimos guardar el secreto. No se lo conté ni a mi mujer. Usted es la primera en saberlo”, relató uno de los tripulantes. La playa elegida por el Santiago del Estero no fue utilizada en 1982 para el desembarco argentino. Las fuerzas militares optaron por playas más cercanas a la capital de las islas.
No puede hablar con nadie
En diciembre de 1981, el proceso militar se ahogaba y el vicealmirante Juan José Lombardo denunció en la reunión del Almirantazgo “la descomposición del país y la necesidad de encontrar una solución política”. Amenazaba con su pase a retiro y ni siquiera logró calmarlo ese largo paseo en yate con su esposa al que lo invitó el comandante de la Marina, Jorge Anaya. El submarinista Lombardo había estudiado en la Escuela Naval Francesa, era terrateniente en Salto, nacionalista y con una visión más humanitaria del mundo que sus pares de la época. Se sorprendió cuando el 15 de diciembre, el comandante lo convocó a su despacho en el Edificio Libertad para promoverlo y designarlo comandante de operaciones navales. La orden inmediata lo dejó paralizado: “Vamos a ocupar las Malvinas. Usted será el encargado de planificar la operación. No puede hablar con nadie, a no ser con sus cuatro colaboradores inmediatos”. El alto y elegante vicealmirante Lombardo partió hacia Bahía Blanca para planificar la operación que desafió la lógica y la imaginación de los servicios de inteligencia de la guerra fría. Hasta entonces, el enemigo argentino era Chile y no los ingleses, y los fantasmas de la junta militar no eran otros que los miles de desaparecidos de la represión ilegal y la presión internacional que se ejercía para que se diera a conocer su paradero, y el fracaso del plan económico llevado adelante por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz . Ante este cuadro político y en el mes de octubre de 1981 cuando era comandante de la flota de mar, Lombardo se reunió con Anaya y le dijo: “¿Por qué no hacemos en las islas Georgias lo que hicimos en Thule en 1976?”. Thule es una isla deshabitada en el archipiélago de las Sandwich del Sur. En un intento de pulsar la reacción inglesa y “reafirmar soberanía”, siete militares de la Marina argentina la habían ocupado en 1976 al ser desembarcados por un barco de la fuerza que cumplía con su campaña anual antártica. Los ingleses habían reaccionado tardíamente, con tibieza y solo presentaron una protesta formal. La Marina había instalado una Bandera argentina y pretendía fijar en Thule un hito de soberanía: oficiales desarmados que emitieran al mundo partes meteorológicos, comunicaciones de radio y los ojos puestos en la ratificación del Tratado Antártico en 1991.
Mikado: la operación que no fue
Informe
Posiblemente sea el último secreto de la guerra de las Malvinas y su relato ayude a hilvanar las suposiciones que se hicieron en la Argentina cuando un helicóptero británico “Sea King” apareció quemado en las cercanías de Punta Arenas, generándole a Chile una de sus más delicadas crisis con nuestro país.
Su impecable reconstrucción es obra de Nigel West, el escritor británico que publicará próximamente las operaciones especiales del conflicto angloargentino, que serializa el dominical The Sunday Times. Todo comenzó en los cuarteles del SAS (las fuerzas especiales británicas) en Hereford, en las cercanías de las colinas de Malvern. El sargento Bake V. era posiblemente uno de los más corajudos de su unidad y pidió una entrevista con el mayor John Moss para una conversación franca. Lo habían puesto a cargo de evaluar los riesgos de la Operacion Mikado, un acto suicida para su grupo en pleno conflicto angloargentino. En Hereford y por el rol de los comandos, las jerarquías se diluyen y vale la habilidad y la experiencia. Para el sargento, Mikado era una acción mal concebida y que enviaba al sacrificio al escuadrón B y exigió que se suspendiera. El mayor estaba anonadado porque también compartía las mismas reservas que el sargento. Creían que no debía hacerla el SAS y que desacreditaría a su regimiento.
Matar y morir
En mayo de 1982, la guerra en las Malvinas había comenzado y los pilotos navales argentinos habían usado los mi- siles franceses Exocet en sus aviones Super Etendart contra el destructor británico “Sheffield” después del hundi- miento del crucero “General Belgrano”. El efecto fue devastador y los 20 muertos shockearon a Gran Bretaña. La inteligencia británica descubrió que había más Exocet que podrían ser lanzados por los argentinos. Si le pegaban al Hermes o al Invencible, buques madres de su flota, los resultados podrían ser catastróficos. El gabinete de guerra de Margaret Thatcher decidió que los misiles debían ser descubiertos y destruidos. La misión recayó en 65 hombres del Escuadrón B del SAS en una operación secreta que bautizaron Mikado. Debían volar hasta la base naval de Río Grande, en Tierra del Fuego, donde estaban los misiles. Aterrizar en dos Hércules C-130, destruir los misiles, los aviones Super Etendart, matar a los pilotos y refugiarse en Chile, “territorio neutral” con la excusa de un desperfecto técnico. Reagan le advirtió a Thatcher que esta clase de operaciones forzaría la intervención de otros países latinoamericanos en la guerra como Perú y Venezuela. Una operación en el continente crecía en la mente del gabinete de guerra de la Dama de Hierro.
Primer reconocimiento
Como primer paso, el capitán del SAS Andrew H. viajó hacia Chile bajo la cobertura diplomática de asistente del agregado militar. Su trabajo era reconocer las rutas, la frontera y planear cómo se abastecerían. El comando pretendía infiltrar un grupo desde Chile para dar una alerta temprana e informar al SAS cuando los Super Etendart despegaban de la base de Río Negro. Pero luego se descubrió que los aviones Harriet británicos no alcanzarían a los aviones argentinos antes de que lanzaran su misil Exocet. Después de analizar todas las opciones, se pensó que una operación estilo Entebbe (montada por los israelíes para liberar a rehenes en Uganda) era la ideal. El escuadrón empezó a entrenar en las montañas de Escocia. El general Peter de la Biliere, jefe del SAS, pensaba mandar un helicóptero de avanzada al territorio argentino para el reconocimiento del objetivo, la ubicación de los aviones y del combustible. Pensaban que los Hércules británicos serían detectados 30 millas antes por el radar y recibirían una bienvenida de misiles antiaéreos. Por eso preferían la noche para actuar y aterrizar. Divididos en dos grupos de 15, el proyecto era destruir los aviones, identificar los oficiales y matarlos uno a uno. Si los aviones sobrevivían al aterrizaje y al ataque, escaparían por aire y si no, hacia Chile por la tierra helada y húmeda, un terreno donde los comandos británicos se sienten más que cómodos y se vuelven imbatibles.
Misión abortada
Las fotos satelitales de los norteamericanos mostraban una estancia cercana a la base, la de Sara Braun. Uno de los comandos dijo que había que matar a todos sus moradores. El 17 de mayo de 1982 partió desde el portaaviones “Invencible” un helicóptero inglés con tres comandos del SAS. Armados, con equipos de comunicación satelital, el grupo se dirigía hacia Río Grande cuando el radar mostró a 20 kilómetros del objetivo que habían sido detectados. Con mirada agonizante, el capitan L. consideró “la misión comprometida”. Se miraron entre todos angustiados y decidieron avanzar hacia el oeste, rumbo a Chile, en dirección a Punta Arenas. “Mision abortada” transmiten por el equipo y abandonan el helicóptero. El Ministerio de Defensa británico dice oficialmente que se trató de un aterrizaje de emergencia. Pero el mundo sabe que las fuerzas especiales británicas están operando en el continente argentino o tratando de hacerlo. Los pilotos del SAS parten en ropas civiles en un vuelo de línea de Santiago a Londres. Más tarde hubo otro intento para llevar adelante la Operación Mikado. Pero 8 comandos del escuadron D murieron cuando un helicóptero se cayó al mar al trasladar a integrantes del SAS de un barco al otro en el Atlántico Sur pocas semanas después del primer fracaso. La señal que llegó desde los cuarteles de Hereford fue terminante: la misión suicida de la guerra se pospone.
La certeza de Zaratiegui
Pero el vicealmirante Horacio Zaratiegui, a cargo de la zona Austral en Tierra del Fuego, siempre tuvo sospechas de las intenciones británicas. Por algo lo habían entrenado los propios ingleses en su Escuela de Inteligencia en Gran Bretaña. Obsesionado con un posible ataque chileno, el oficial creía que había un alianza silenciosa entre Chile y el Reino Unido que le permitiría a los chilenos avanzar desde el oeste en recuerdo del diferendo del Beagle. En 1983 el ex comandante de la zona austral relató lo siguiente: “Nuestros radares observaron que el helicóptero se desplazaba desde el territorio chileno hacia la Argentina. Cruzó la frontera, luego quedó suspendido en el aire por unos minutos y desapareció del radar, clara señal de que había descendido. Volvió a aparecer a los 5 minutos en las cercanías de la planta de combustible y a 5 kilómetros de la estancia de Sara Braun, al sur de Río Grande y casi sobre el mar. Todo esto sucedió la noche antes que se descubriera al `Sea King’ incendiado en las cercanías de Punta Arenas. Zaratiegui estaba convencido que el helicóptero británico regresaba de una misión de reconocimiento, con un grupo de comandos que intentaba volar la planta de combustibles de la Bahía de San Sebastián, en Tierra del Fuego. La planta abastecía de nafta especializada JP1 a los 5 aviones Super Etendart franceses, a los 6 aviones israelíes Dagger y a los viejos Neptune de reconocimiento que actuaban contra la flota británica. El helicóptero inglés apareció en las pantallas de los únicos 3 radares de la isla de Tierra del Fuego con capacidad de interceptar señales. El primero en avistarlo fue el cabo operador del buque destructor “Bouchard”, que estaba fondeado en la bahía Esperanza. Sin usar el lenguaje cifrado, se lo comunicó a su colega del destructor Piedrabuena que estaba más al norte. También lo detectó el radar de la base aeronaval y diagosticaron que se desplazaba a 90 nudos de velocidad y rumbo 090, con dirección al este. Al día siguiente, seis helicópteros argentinos e infantes de marina se desplazaron por la isla en busca de sus rastros. No encontraron nada. Pero por precaución y a la espera de un ataque, la base de Río Grande había sido minada y se había alistado una compañía de infantes de marina para defenderla. La aviación naval argentina comenzó la guerra con 5 aviones Super Etendart y la finalizó con ellos en perfectas condiciones. Estaban pendientes del envío de Francia otros 9 Super Etendart “que no llegaron durante el conflicto por las presiones británicas, aunque sí lo hicieron sus técnicos” y 25 misiles Exocet. La entrega tardía era inevitable: en la lista de compradores estaba antes Irak, que seguía su guerra contra Irán.
Mensajes cifrados
Informe
Horacio Zaratiegui fue el responsable del área naval austral “que comprendía a la isla de Tierra del Fuego y el sur de Santa Cruz” durante la guerra de Malvinas. A 13 años de sus primeras declaraciones sigue respetando su versión del incidente protagonizado por un helicóptero inglés Sea King que fue encontrado incendiado cerca de Punta Arenas.
Y asegura desconocer que ese hecho haya sido parte de una operación llamada Mikado, por medio de la cual Gran Bretaña se planteó seriamente la posibilidad de destruir los depósitos de misiles Exocet en Río Grande aun a costa del riesgo de extender el conflicto al continente. “Yo había colocado dos destructores para proteger la costa. El 19 de mayo de 1982 los operadores de esos buques mandaron un informe indicando que habían encontrado un pajarito en la cotorra (una aeronave apareció en la consola verde del radar). Este dato fue corroborado por la Fuerza Aérea, que indicaba que se había encontrado en el radar una aeronave proveniente de la zona chilena de Tierra del Fuego dirigiéndose hacia el este. Era ineludiblemente un helicóptero”, recuerda Zaratiegui. Su relato no se aparta de la versión anterior. El helicóptero se detuvo durante cinco minutos y luego volvió a aparecer en la pantalla del radar. “Después levantó vuelo y se dirigió hacia el sur de Chile con un rumbo igual al de la marcación del radio faro de Punta Arenas. Al día siguiente, apareció un Sea King incendiado cerca de esa localidad chilena. También sigue invariable la presunción que tenía el ex jefe de la zona naval austral acerca de la misión que el helicóptero tenía que cumplir. Pero, como toda conjetura, carece de pruebas concluyentes. “Ningún helicóptero de esas características vuela sólo con tres tripulantes (los que aparecieron a la semana del hecho). Un Sea King puede llevar hasta 14 personas. ¿Para qué aterrizó? Para dejar o recoger una patrulla”, arriesga. “Yo intuyo que la idea era perpetrar un atentado contra un depósito de combustible JP1 que se hallaba cerca del lugar de aterrizaje. Nosotros no encontramos ningún rastro posterior. Eso refuerza la idea de que se trataba de personal bien adiestrado.
La posibilidad de que el atentado fuera contra los hangares donde se guardaban los Super Etendard fue descartada porque se hallaban mucho más al norte. La “conexión chilena” es, por otra parte, una hipótesis de trabajo que Zaratiegui continúa encontrando seductora. “Yo aseguro que ese helicóptero provino de territorio chileno y se dirigió luego a Punta Arenas. Después lo quemaron para simular que era un vuelo sin importancia. Se habrán dado cuenta de que fueron detectados y por eso decidieron eliminarlo. En su charla con Clarín, el marino aportó algunos indicios en los que basa su hipótesis. “De la colaboración chilena hay varias muestras. En plena guerra ellos habían adquirido a Gran Bretaña un buque petrolero “el “Tide Pool”" que devolvieron para que los ingleses lo utilizaran. También había un buque de operaciones antárticas que se reabasteció en Punta Arenas y se unió luego a la flota británica.
Fuente: Diario Clarin, Domingo 31 Marzo, 1996
Cuando el submarino Santiago del Estero desembarcó secretamente en una playa desierta de las islas Malvinas a 40 kilómetros de Puerto Argentino en octubre de 1966, uno de sus tripulantes y capitán de corbeta Juan José Lombardo no soñaba que 16 años después sería el planificador de la invasión en 1982 y comandante del “Teatro de Operaciones Malvinas” en la guerra. Tampoco incidió en su posterior designación: ningún marino en actividad sabía que había sido uno de los protagonistas.
Aquel desembarco formó parte de un largo juego de guerra en torno de la recuperación de las islas Malvinas, que retomó como hipótesis el almirante Eduardo Massera en 1977 y que, finalmente, culminó en 1982 con la invasión y la búsqueda de oxígeno político para el Proceso que agonizaba. La invasión a las islas fue una de las pocas decisiones confidenciales que las Fuerzas Armadas lograron mantener. Aunque ya para diciembre de 1981 ocho almirantes de la Marina sabían de la decision de ocuparlas, lo ignoraba un miembro de la junta militar: el brigadier Lami Dozo, comandante de la Fuerza Aérea, mientras el general Mario Benjamín Menéndez recién se iba a enterar el 1 de marzo.
Convenciendo al general
Anaya había pensando la operación cuando peleaba con las lecciones de inglés en Londres en la Agregaduría naval. Ya como comandante de la Armada, el 9 de diciembre de 1981 lo había convencido en una comida con sus esposas al comandante en jefe del Ejército, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, diciéndole que él le abría el camino para derrocar al general Roberto Viola de la presidencia. Pero tenía un precio: que apoyara la ocupación de las islas Malvinas. En los tres meses del conflicto más inesperado de la historia contemporánea, las “operaciones secretas” de ingleses y argentinos durante la guerra de las Malvinas fueron por lo menos siete. Del lado británico, son difíciles de reconstruir porque creen en la ley de secretos de Estado y la respetan. Para los militares argentinos, la derrota fue tan traumática y vergonzante que nadie se atreve a escribir una historia oficial o a admitir que hubo héroes que están olvidados y muchos, desamparados. Los errores, horrores y épicas de la guerra de las Malvinas se conocen con cuentagotas, y hay más reconocimientos a la actuación de los militares y soldados argentinos en libros y documentales hechos por los británicos que en su propio país. Este relato es el fruto de una investigación que incluyó docenas de horas de conversación con los protagonistas de la guerra de las Malvinas en la Argentina y Gran Bretaña entre agosto de 1982 y diciembre de 1985. A muchos que ayudaron a reconstruir las operaciones secretas del conflicto anglo-argentino no se los identifica a su propio pedido. Algunos han muerto y la mayoría de los militares involucrados están en situación de retiro.
Rumbo a las islas
En 1966, al comando del hoy fallecido capitán de fragata Horacio González Llanos y con Lombardo como segundo, el viejo submarino de origen norteamericano “Santiago del Estero” se desprendió de la “task force” argentina que había cumplido sus ejercicios anuales en las cercanías de Puerto Pirámides y navegó durante cuatro días hacia las islas. Aunque la tripulación creía que se dirigían a Mar del Plata, su base original. “Nos enteramos después que el comandante recibió la orden del almirante Benigno Varela, jefe de la Armada en 1966, de dirigirnos hacia la isla Soledad”, contó a Clarín uno de los oficiales que participó. Navegaron en inmersión y el submarino subió a la superficie con sus 85 tripulantes al atardecer. Dos patrullas de seis hombres cada una partieron hacia la playa, que estaba a un kilómetro y medio de distancia, en botes. La misión era reconocer si esa playa era apta para un desembarco argentino. Pero el primer intento fue un fracaso: la patrulla se perdió, el submarino los recogió de los kayacs arrastrados por la corriente marina y volvieron a sumergirse. Emergieron nuevamente al atardecer del día siguiente y consiguieron cumplir su objetivo.
El kelper no anunciado
En su análisis preparatorio, los riesgos estudiados eran mínimos. La playa era desértica y pantanosa y el único problema podría ser que varara el submarino. La gente no estaba incluida en el cálculo de las probabilidades. Pero el poblador apareció al amanecer. Un kelper somnoliento y sorprendido “aproximadamente de 40 años” se encontró frente a los militares argentinos uniformados, sin darse cuenta de que su vida corría peligro. El comandante González Llanos optó por una solución piadosa: le vaciaron una botella de whisky en la boca, lo abandonaron en la playa y partieron hacia el Santiago del Estero. La operación fue tan secreta que ni siquiera figura en el currículum de los tripulantes. Solo la conocían el nacionalista almirante Varela y Juan Carlos Boffi, comandante de la flota de mar. Varela lo admitió en su casa de Boulogne 16 años después ante esta periodista. “Supimos guardar el secreto. No se lo conté ni a mi mujer. Usted es la primera en saberlo”, relató uno de los tripulantes. La playa elegida por el Santiago del Estero no fue utilizada en 1982 para el desembarco argentino. Las fuerzas militares optaron por playas más cercanas a la capital de las islas.
No puede hablar con nadie
En diciembre de 1981, el proceso militar se ahogaba y el vicealmirante Juan José Lombardo denunció en la reunión del Almirantazgo “la descomposición del país y la necesidad de encontrar una solución política”. Amenazaba con su pase a retiro y ni siquiera logró calmarlo ese largo paseo en yate con su esposa al que lo invitó el comandante de la Marina, Jorge Anaya. El submarinista Lombardo había estudiado en la Escuela Naval Francesa, era terrateniente en Salto, nacionalista y con una visión más humanitaria del mundo que sus pares de la época. Se sorprendió cuando el 15 de diciembre, el comandante lo convocó a su despacho en el Edificio Libertad para promoverlo y designarlo comandante de operaciones navales. La orden inmediata lo dejó paralizado: “Vamos a ocupar las Malvinas. Usted será el encargado de planificar la operación. No puede hablar con nadie, a no ser con sus cuatro colaboradores inmediatos”. El alto y elegante vicealmirante Lombardo partió hacia Bahía Blanca para planificar la operación que desafió la lógica y la imaginación de los servicios de inteligencia de la guerra fría. Hasta entonces, el enemigo argentino era Chile y no los ingleses, y los fantasmas de la junta militar no eran otros que los miles de desaparecidos de la represión ilegal y la presión internacional que se ejercía para que se diera a conocer su paradero, y el fracaso del plan económico llevado adelante por el ministro José Alfredo Martínez de Hoz . Ante este cuadro político y en el mes de octubre de 1981 cuando era comandante de la flota de mar, Lombardo se reunió con Anaya y le dijo: “¿Por qué no hacemos en las islas Georgias lo que hicimos en Thule en 1976?”. Thule es una isla deshabitada en el archipiélago de las Sandwich del Sur. En un intento de pulsar la reacción inglesa y “reafirmar soberanía”, siete militares de la Marina argentina la habían ocupado en 1976 al ser desembarcados por un barco de la fuerza que cumplía con su campaña anual antártica. Los ingleses habían reaccionado tardíamente, con tibieza y solo presentaron una protesta formal. La Marina había instalado una Bandera argentina y pretendía fijar en Thule un hito de soberanía: oficiales desarmados que emitieran al mundo partes meteorológicos, comunicaciones de radio y los ojos puestos en la ratificación del Tratado Antártico en 1991.
Mikado: la operación que no fue
Informe
Posiblemente sea el último secreto de la guerra de las Malvinas y su relato ayude a hilvanar las suposiciones que se hicieron en la Argentina cuando un helicóptero británico “Sea King” apareció quemado en las cercanías de Punta Arenas, generándole a Chile una de sus más delicadas crisis con nuestro país.
Su impecable reconstrucción es obra de Nigel West, el escritor británico que publicará próximamente las operaciones especiales del conflicto angloargentino, que serializa el dominical The Sunday Times. Todo comenzó en los cuarteles del SAS (las fuerzas especiales británicas) en Hereford, en las cercanías de las colinas de Malvern. El sargento Bake V. era posiblemente uno de los más corajudos de su unidad y pidió una entrevista con el mayor John Moss para una conversación franca. Lo habían puesto a cargo de evaluar los riesgos de la Operacion Mikado, un acto suicida para su grupo en pleno conflicto angloargentino. En Hereford y por el rol de los comandos, las jerarquías se diluyen y vale la habilidad y la experiencia. Para el sargento, Mikado era una acción mal concebida y que enviaba al sacrificio al escuadrón B y exigió que se suspendiera. El mayor estaba anonadado porque también compartía las mismas reservas que el sargento. Creían que no debía hacerla el SAS y que desacreditaría a su regimiento.
Matar y morir
En mayo de 1982, la guerra en las Malvinas había comenzado y los pilotos navales argentinos habían usado los mi- siles franceses Exocet en sus aviones Super Etendart contra el destructor británico “Sheffield” después del hundi- miento del crucero “General Belgrano”. El efecto fue devastador y los 20 muertos shockearon a Gran Bretaña. La inteligencia británica descubrió que había más Exocet que podrían ser lanzados por los argentinos. Si le pegaban al Hermes o al Invencible, buques madres de su flota, los resultados podrían ser catastróficos. El gabinete de guerra de Margaret Thatcher decidió que los misiles debían ser descubiertos y destruidos. La misión recayó en 65 hombres del Escuadrón B del SAS en una operación secreta que bautizaron Mikado. Debían volar hasta la base naval de Río Grande, en Tierra del Fuego, donde estaban los misiles. Aterrizar en dos Hércules C-130, destruir los misiles, los aviones Super Etendart, matar a los pilotos y refugiarse en Chile, “territorio neutral” con la excusa de un desperfecto técnico. Reagan le advirtió a Thatcher que esta clase de operaciones forzaría la intervención de otros países latinoamericanos en la guerra como Perú y Venezuela. Una operación en el continente crecía en la mente del gabinete de guerra de la Dama de Hierro.
Primer reconocimiento
Como primer paso, el capitán del SAS Andrew H. viajó hacia Chile bajo la cobertura diplomática de asistente del agregado militar. Su trabajo era reconocer las rutas, la frontera y planear cómo se abastecerían. El comando pretendía infiltrar un grupo desde Chile para dar una alerta temprana e informar al SAS cuando los Super Etendart despegaban de la base de Río Negro. Pero luego se descubrió que los aviones Harriet británicos no alcanzarían a los aviones argentinos antes de que lanzaran su misil Exocet. Después de analizar todas las opciones, se pensó que una operación estilo Entebbe (montada por los israelíes para liberar a rehenes en Uganda) era la ideal. El escuadrón empezó a entrenar en las montañas de Escocia. El general Peter de la Biliere, jefe del SAS, pensaba mandar un helicóptero de avanzada al territorio argentino para el reconocimiento del objetivo, la ubicación de los aviones y del combustible. Pensaban que los Hércules británicos serían detectados 30 millas antes por el radar y recibirían una bienvenida de misiles antiaéreos. Por eso preferían la noche para actuar y aterrizar. Divididos en dos grupos de 15, el proyecto era destruir los aviones, identificar los oficiales y matarlos uno a uno. Si los aviones sobrevivían al aterrizaje y al ataque, escaparían por aire y si no, hacia Chile por la tierra helada y húmeda, un terreno donde los comandos británicos se sienten más que cómodos y se vuelven imbatibles.
Misión abortada
Las fotos satelitales de los norteamericanos mostraban una estancia cercana a la base, la de Sara Braun. Uno de los comandos dijo que había que matar a todos sus moradores. El 17 de mayo de 1982 partió desde el portaaviones “Invencible” un helicóptero inglés con tres comandos del SAS. Armados, con equipos de comunicación satelital, el grupo se dirigía hacia Río Grande cuando el radar mostró a 20 kilómetros del objetivo que habían sido detectados. Con mirada agonizante, el capitan L. consideró “la misión comprometida”. Se miraron entre todos angustiados y decidieron avanzar hacia el oeste, rumbo a Chile, en dirección a Punta Arenas. “Mision abortada” transmiten por el equipo y abandonan el helicóptero. El Ministerio de Defensa británico dice oficialmente que se trató de un aterrizaje de emergencia. Pero el mundo sabe que las fuerzas especiales británicas están operando en el continente argentino o tratando de hacerlo. Los pilotos del SAS parten en ropas civiles en un vuelo de línea de Santiago a Londres. Más tarde hubo otro intento para llevar adelante la Operación Mikado. Pero 8 comandos del escuadron D murieron cuando un helicóptero se cayó al mar al trasladar a integrantes del SAS de un barco al otro en el Atlántico Sur pocas semanas después del primer fracaso. La señal que llegó desde los cuarteles de Hereford fue terminante: la misión suicida de la guerra se pospone.
La certeza de Zaratiegui
Pero el vicealmirante Horacio Zaratiegui, a cargo de la zona Austral en Tierra del Fuego, siempre tuvo sospechas de las intenciones británicas. Por algo lo habían entrenado los propios ingleses en su Escuela de Inteligencia en Gran Bretaña. Obsesionado con un posible ataque chileno, el oficial creía que había un alianza silenciosa entre Chile y el Reino Unido que le permitiría a los chilenos avanzar desde el oeste en recuerdo del diferendo del Beagle. En 1983 el ex comandante de la zona austral relató lo siguiente: “Nuestros radares observaron que el helicóptero se desplazaba desde el territorio chileno hacia la Argentina. Cruzó la frontera, luego quedó suspendido en el aire por unos minutos y desapareció del radar, clara señal de que había descendido. Volvió a aparecer a los 5 minutos en las cercanías de la planta de combustible y a 5 kilómetros de la estancia de Sara Braun, al sur de Río Grande y casi sobre el mar. Todo esto sucedió la noche antes que se descubriera al `Sea King’ incendiado en las cercanías de Punta Arenas. Zaratiegui estaba convencido que el helicóptero británico regresaba de una misión de reconocimiento, con un grupo de comandos que intentaba volar la planta de combustibles de la Bahía de San Sebastián, en Tierra del Fuego. La planta abastecía de nafta especializada JP1 a los 5 aviones Super Etendart franceses, a los 6 aviones israelíes Dagger y a los viejos Neptune de reconocimiento que actuaban contra la flota británica. El helicóptero inglés apareció en las pantallas de los únicos 3 radares de la isla de Tierra del Fuego con capacidad de interceptar señales. El primero en avistarlo fue el cabo operador del buque destructor “Bouchard”, que estaba fondeado en la bahía Esperanza. Sin usar el lenguaje cifrado, se lo comunicó a su colega del destructor Piedrabuena que estaba más al norte. También lo detectó el radar de la base aeronaval y diagosticaron que se desplazaba a 90 nudos de velocidad y rumbo 090, con dirección al este. Al día siguiente, seis helicópteros argentinos e infantes de marina se desplazaron por la isla en busca de sus rastros. No encontraron nada. Pero por precaución y a la espera de un ataque, la base de Río Grande había sido minada y se había alistado una compañía de infantes de marina para defenderla. La aviación naval argentina comenzó la guerra con 5 aviones Super Etendart y la finalizó con ellos en perfectas condiciones. Estaban pendientes del envío de Francia otros 9 Super Etendart “que no llegaron durante el conflicto por las presiones británicas, aunque sí lo hicieron sus técnicos” y 25 misiles Exocet. La entrega tardía era inevitable: en la lista de compradores estaba antes Irak, que seguía su guerra contra Irán.
Mensajes cifrados
Informe
Horacio Zaratiegui fue el responsable del área naval austral “que comprendía a la isla de Tierra del Fuego y el sur de Santa Cruz” durante la guerra de Malvinas. A 13 años de sus primeras declaraciones sigue respetando su versión del incidente protagonizado por un helicóptero inglés Sea King que fue encontrado incendiado cerca de Punta Arenas.
Y asegura desconocer que ese hecho haya sido parte de una operación llamada Mikado, por medio de la cual Gran Bretaña se planteó seriamente la posibilidad de destruir los depósitos de misiles Exocet en Río Grande aun a costa del riesgo de extender el conflicto al continente. “Yo había colocado dos destructores para proteger la costa. El 19 de mayo de 1982 los operadores de esos buques mandaron un informe indicando que habían encontrado un pajarito en la cotorra (una aeronave apareció en la consola verde del radar). Este dato fue corroborado por la Fuerza Aérea, que indicaba que se había encontrado en el radar una aeronave proveniente de la zona chilena de Tierra del Fuego dirigiéndose hacia el este. Era ineludiblemente un helicóptero”, recuerda Zaratiegui. Su relato no se aparta de la versión anterior. El helicóptero se detuvo durante cinco minutos y luego volvió a aparecer en la pantalla del radar. “Después levantó vuelo y se dirigió hacia el sur de Chile con un rumbo igual al de la marcación del radio faro de Punta Arenas. Al día siguiente, apareció un Sea King incendiado cerca de esa localidad chilena. También sigue invariable la presunción que tenía el ex jefe de la zona naval austral acerca de la misión que el helicóptero tenía que cumplir. Pero, como toda conjetura, carece de pruebas concluyentes. “Ningún helicóptero de esas características vuela sólo con tres tripulantes (los que aparecieron a la semana del hecho). Un Sea King puede llevar hasta 14 personas. ¿Para qué aterrizó? Para dejar o recoger una patrulla”, arriesga. “Yo intuyo que la idea era perpetrar un atentado contra un depósito de combustible JP1 que se hallaba cerca del lugar de aterrizaje. Nosotros no encontramos ningún rastro posterior. Eso refuerza la idea de que se trataba de personal bien adiestrado.
La posibilidad de que el atentado fuera contra los hangares donde se guardaban los Super Etendard fue descartada porque se hallaban mucho más al norte. La “conexión chilena” es, por otra parte, una hipótesis de trabajo que Zaratiegui continúa encontrando seductora. “Yo aseguro que ese helicóptero provino de territorio chileno y se dirigió luego a Punta Arenas. Después lo quemaron para simular que era un vuelo sin importancia. Se habrán dado cuenta de que fueron detectados y por eso decidieron eliminarlo. En su charla con Clarín, el marino aportó algunos indicios en los que basa su hipótesis. “De la colaboración chilena hay varias muestras. En plena guerra ellos habían adquirido a Gran Bretaña un buque petrolero “el “Tide Pool”" que devolvieron para que los ingleses lo utilizaran. También había un buque de operaciones antárticas que se reabasteció en Punta Arenas y se unió luego a la flota británica.
Fuente: Diario Clarin, Domingo 31 Marzo, 1996
domingo, 8 de agosto de 2010
Actividad de la Curz Roja Internacional - CICR
Edmond Corthésy
Falklands / Malvinas conflicto: la acción del CICR a los prisioneros de guerra
Cuando la Argentina y el Reino Unido fueron a la guerra sobre las Islas Malvinas / Falkland en 1982, Edmond Corthésy fue jefe de la delegación regional del CICR en Buenos Aires. Desde tierra firme, dirigió todas las actividades que la organización llevó a cabo en relación con el conflicto. En la siguiente entrevista, recuerda algunas de esas actividades, en especial del CICR esfuerzos para ayudar a los prisioneros de guerra.
¿Cuál fue el foco de la acción del CICR durante el conflicto del Atlántico Sur?
Nuestra actividad principal era visitar a los prisioneros de guerra, en tierra como en mar.
Tuvimos acceso a todos los prisioneros detenidos en Port Stanley Puerto Argentino /, incluyendo oficiales de alto rango, como el comandante en jefe de las fuerzas armadas argentinas en las Malvinas / Falkland 1 . También visitó y registró unos 500 agentes se encuentran a bordo de un transbordador, el St Edmund, donde uno de nuestros delegados permanecieron hasta el último preso fue liberado en julio de 1982.
Además, el CICR se desplazaron varias veces a un piloto británico capturados en combate, que habían sido trasladados a tierra firme y se encontraba detenido en una base aérea en el noreste de Argentina, cerca de La Rioja. El piloto fue trasladado más tarde a Montevideo, Uruguay, bajo los auspicios del CICR, y entregado a las autoridades británicas 2 .
Durante nuestras visitas, registramos los prisioneros, anotando sus datos personales. Por supuesto que también se controla su estado de salud y sus condiciones de detención desde el punto de vista humanitario.
Durante las Falkland / Malvinas conflicto, el CICR:
• visitó y registró 11.692 prisioneros de guerra;
• entregado 800 mensajes de Cruz Roja;
• llevado a cabo actividades preventivas en el continente y en las islas;
• envió un equipo de 11 expatriados, entre ellos tres médicos, que trabajaron juntos con los empleados locales en Buenos Aires y delegados en Ginebra.
• El 18 de marzo de 1991, unos 10 años después de la guerra había terminado, 358 familiares de soldados caídos argentinos visitaron las tumbas de sus seres queridos en el Falkands Malvinas /, bajo los auspicios del CICR.
• Hoy en día, el CICR sigue tema de los prisioneros de guerra-los certificados para los veteranos que buscan el reconocimiento de sus derechos de pensión.
¿Participó usted en alguna de esas operaciones a ti mismo?Sí, al final del conflicto, cuando más de 4.000 prisioneros de guerra llegaron a Puerto Madryn, Patagonia Argentina, a bordo de un buque británico. Volé a Madryn desde Buenos Aires a fines de junio, con un helicóptero proporcionado por las fuerzas armadas argentinas. A bordo de la nave, hablé con dos oficiales británicos y soldados argentinos. Tuvimos que completar el proceso de registro como los prisioneros comenzaron a desembarcar, ya que, por diversas razones, no habíamos sido capaces de reunir todos los detalles necesarios en las Islas Malvinas / Falkland ...
El papel del CICR en esas situaciones es el de intermediario neutral. En la Argentina, que facilitó los contactos entre las partes en el conflicto y organiza la entrega de los prisioneros de guerra para el gobierno argentino. Virtud de los Convenios de Ginebra de 1949, todas las partes en un conflicto - en este caso Argentina y el Reino Unido - deben liberar a sus prisioneros sin demora una vez las hostilidades activas se han acabado.
¿Qué otras actividades hizo la conducta del CICR en relación con el conflicto?
El día en que estallaron las hostilidades, el CICR envió una nota a las partes para recordarles sus obligaciones, en virtud de los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, durante los conflictos armados internacionales.
La delegación en Buenos Aires se mantuvo en contacto permanente con el Ministerio argentino de Asuntos Exteriores y el Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas argentinas con el fin de hacer frente a cualquier problema humanitario que se plantean en relación con el conflicto, como el acceso a la zona de conflicto, la notificación e identificación de los barcos hospitales y el intercambio de prisioneros de guerra y heridos. En cuanto a la sede del CICR, mantuvo relaciones estrechas con la misión permanente del Reino Unido en Ginebra y los distintos ministerios interesados en Londres.
Desde el comienzo del conflicto, los dos países demostraron su compromiso internacional humanitario y su voluntad de cumplir con sus disposiciones.
Por ejemplo, ambas partes invitó al CICR a visitar a los seis barcos hospitales que estaban activos durante el conflicto, lo que nos permite asegurarnos de que cada uno era claramente identificables en conformidad con las disposiciones del II Convenio de Ginebra.
El conflicto en el Atlántico Sur fue la primera vez que el Segundo Convenio de Ginebra, relativo a los conflictos en el mar, se puso en práctica. En la solicitud directa de las autoridades argentinas, yo personalmente visitó el buque Bahía Paraíso, en el puerto de Buenos Aires antes de su salida de la zona de conflicto.
Los delegados del CICR llegó a la primera Falkland / Malvinas a bordo de un buque hospital británico el 10 de junio. Tenían la intención de establecer antes de la Patagonia, pero que, lamentablemente, resultó imposible debido a diversos problemas relacionados con el conflicto.
Una de las razones por las que quería ir a las islas era el de facilitar la creación de una zona neutral, tal como se define en los Convenios de Ginebra. Un perímetro se estableció alrededor de la iglesia en Port Stanley / Puerto Argentino donde los civiles que encontramos la seguridad en caso de que estallaron los combates en la capital. Este no fue el caso, afortunadamente, y la guerra terminó pronto.
Los delegados del CICR se desempeñó como intermediarios neutrales entre la Argentina y el Reino Unido durante las negociaciones sobre el establecimiento de la zona. Las dos partes llegaron a un acuerdo por escrito, de conformidad con los convenios, algo raro en la historia del derecho internacional humanitario.
Notas:1.El denominación de "Falkland / Malvinas" se corresponde con la política del CICR: siempre que sea un territorio en disputa se da diferentes nombres a las partes afectadas, el CICR usa esos nombres juntos, en orden alfabético francés, en lugar de elegir uno de ellos, que no viene de su competencia.
2. Un número de soldados británicos y civiles que habían sido capturados por las fuerzas armadas argentinas al comienzo del conflicto en el Atlántico Sur fueron entregados a las autoridades británicas en Montevideo. Aunque el CICR se vio preocupado por la suerte de los prisioneros de guerra desde el comienzo del conflicto, no tomó parte en las operaciones de repatriación.
En 1991 las familias de los soldados argentinos que murieron en la batalla pudieron visitar las tumbas de sus seres queridos, por primera vez.
Falklands / Malvinas conflicto: la acción del CICR a los prisioneros de guerra
Cuando la Argentina y el Reino Unido fueron a la guerra sobre las Islas Malvinas / Falkland en 1982, Edmond Corthésy fue jefe de la delegación regional del CICR en Buenos Aires. Desde tierra firme, dirigió todas las actividades que la organización llevó a cabo en relación con el conflicto. En la siguiente entrevista, recuerda algunas de esas actividades, en especial del CICR esfuerzos para ayudar a los prisioneros de guerra.
¿Cuál fue el foco de la acción del CICR durante el conflicto del Atlántico Sur?
Nuestra actividad principal era visitar a los prisioneros de guerra, en tierra como en mar.
Tuvimos acceso a todos los prisioneros detenidos en Port Stanley Puerto Argentino /, incluyendo oficiales de alto rango, como el comandante en jefe de las fuerzas armadas argentinas en las Malvinas / Falkland 1 . También visitó y registró unos 500 agentes se encuentran a bordo de un transbordador, el St Edmund, donde uno de nuestros delegados permanecieron hasta el último preso fue liberado en julio de 1982.
Además, el CICR se desplazaron varias veces a un piloto británico capturados en combate, que habían sido trasladados a tierra firme y se encontraba detenido en una base aérea en el noreste de Argentina, cerca de La Rioja. El piloto fue trasladado más tarde a Montevideo, Uruguay, bajo los auspicios del CICR, y entregado a las autoridades británicas 2 .
Durante nuestras visitas, registramos los prisioneros, anotando sus datos personales. Por supuesto que también se controla su estado de salud y sus condiciones de detención desde el punto de vista humanitario.
Durante las Falkland / Malvinas conflicto, el CICR:
• visitó y registró 11.692 prisioneros de guerra;
• entregado 800 mensajes de Cruz Roja;
• llevado a cabo actividades preventivas en el continente y en las islas;
• envió un equipo de 11 expatriados, entre ellos tres médicos, que trabajaron juntos con los empleados locales en Buenos Aires y delegados en Ginebra.
• El 18 de marzo de 1991, unos 10 años después de la guerra había terminado, 358 familiares de soldados caídos argentinos visitaron las tumbas de sus seres queridos en el Falkands Malvinas /, bajo los auspicios del CICR.
• Hoy en día, el CICR sigue tema de los prisioneros de guerra-los certificados para los veteranos que buscan el reconocimiento de sus derechos de pensión.
¿Participó usted en alguna de esas operaciones a ti mismo?Sí, al final del conflicto, cuando más de 4.000 prisioneros de guerra llegaron a Puerto Madryn, Patagonia Argentina, a bordo de un buque británico. Volé a Madryn desde Buenos Aires a fines de junio, con un helicóptero proporcionado por las fuerzas armadas argentinas. A bordo de la nave, hablé con dos oficiales británicos y soldados argentinos. Tuvimos que completar el proceso de registro como los prisioneros comenzaron a desembarcar, ya que, por diversas razones, no habíamos sido capaces de reunir todos los detalles necesarios en las Islas Malvinas / Falkland ...
El papel del CICR en esas situaciones es el de intermediario neutral. En la Argentina, que facilitó los contactos entre las partes en el conflicto y organiza la entrega de los prisioneros de guerra para el gobierno argentino. Virtud de los Convenios de Ginebra de 1949, todas las partes en un conflicto - en este caso Argentina y el Reino Unido - deben liberar a sus prisioneros sin demora una vez las hostilidades activas se han acabado.
¿Qué otras actividades hizo la conducta del CICR en relación con el conflicto?
El día en que estallaron las hostilidades, el CICR envió una nota a las partes para recordarles sus obligaciones, en virtud de los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, durante los conflictos armados internacionales.
La delegación en Buenos Aires se mantuvo en contacto permanente con el Ministerio argentino de Asuntos Exteriores y el Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas argentinas con el fin de hacer frente a cualquier problema humanitario que se plantean en relación con el conflicto, como el acceso a la zona de conflicto, la notificación e identificación de los barcos hospitales y el intercambio de prisioneros de guerra y heridos. En cuanto a la sede del CICR, mantuvo relaciones estrechas con la misión permanente del Reino Unido en Ginebra y los distintos ministerios interesados en Londres.
Desde el comienzo del conflicto, los dos países demostraron su compromiso internacional humanitario y su voluntad de cumplir con sus disposiciones.
Por ejemplo, ambas partes invitó al CICR a visitar a los seis barcos hospitales que estaban activos durante el conflicto, lo que nos permite asegurarnos de que cada uno era claramente identificables en conformidad con las disposiciones del II Convenio de Ginebra.
El conflicto en el Atlántico Sur fue la primera vez que el Segundo Convenio de Ginebra, relativo a los conflictos en el mar, se puso en práctica. En la solicitud directa de las autoridades argentinas, yo personalmente visitó el buque Bahía Paraíso, en el puerto de Buenos Aires antes de su salida de la zona de conflicto.
Los delegados del CICR llegó a la primera Falkland / Malvinas a bordo de un buque hospital británico el 10 de junio. Tenían la intención de establecer antes de la Patagonia, pero que, lamentablemente, resultó imposible debido a diversos problemas relacionados con el conflicto.
Una de las razones por las que quería ir a las islas era el de facilitar la creación de una zona neutral, tal como se define en los Convenios de Ginebra. Un perímetro se estableció alrededor de la iglesia en Port Stanley / Puerto Argentino donde los civiles que encontramos la seguridad en caso de que estallaron los combates en la capital. Este no fue el caso, afortunadamente, y la guerra terminó pronto.
Los delegados del CICR se desempeñó como intermediarios neutrales entre la Argentina y el Reino Unido durante las negociaciones sobre el establecimiento de la zona. Las dos partes llegaron a un acuerdo por escrito, de conformidad con los convenios, algo raro en la historia del derecho internacional humanitario.
Notas:1.El denominación de "Falkland / Malvinas" se corresponde con la política del CICR: siempre que sea un territorio en disputa se da diferentes nombres a las partes afectadas, el CICR usa esos nombres juntos, en orden alfabético francés, en lugar de elegir uno de ellos, que no viene de su competencia.
2. Un número de soldados británicos y civiles que habían sido capturados por las fuerzas armadas argentinas al comienzo del conflicto en el Atlántico Sur fueron entregados a las autoridades británicas en Montevideo. Aunque el CICR se vio preocupado por la suerte de los prisioneros de guerra desde el comienzo del conflicto, no tomó parte en las operaciones de repatriación.
En 1991 las familias de los soldados argentinos que murieron en la batalla pudieron visitar las tumbas de sus seres queridos, por primera vez.
sábado, 7 de agosto de 2010
VIAJE AL INFIERNO - de Vincent Bramley
"Two sides of hell", de Vincent Bramley
Jul-27-10 - Reseña de Rosendo Fraga
TWO SIDES OF HELL
Vincent BRAMLEY
Johan Blake, London, 2009 (1era edición: 1993)*
El autor combatió en la guerra de Malvinas como integrante del batallón de paracaidistas británico que integró la task force. Esta unidad estuvo en el combate de Monte Longdon, en el cual venció tras duras acciones al Regimiento 7 de Infantería argentino que defendía la posición.
La dureza del combate la evidencian las bajas: los británicos tuvieron 23 muertos y 47 heridos y los argentinos 36 bajas mortales y por lo menos 80 heridos. Se trata de un porcentaje de bajas muy alto para los efectivos comprometidos en esta acción.
Bramley fue uno de los tantos ex combatientes británicos que quedaron emocionalmente impactados por lo que vivieron. En 1991 publica su primer libro sobre el conflicto Excursión al Infierno, en el cual da una visión del combatiente raso de infantería sobre las vivencias del conflicto.
Su visión no concordó con la que oficialmente planteaba el Ministerio de Defensa británico, porque mostraba una serie de falencias a nivel humano y además reclamaba con amargura por la desatención de los ex combatientes. Por esta razón fue denunciado a la justicia e investigado por la policía.
En la introducción a este segundo libro, sostiene que quienes por lo general escriben la historia militar son los historiadores profesionales, los líderes políticos, los corresponsales de guerra que se apresuran a publicar sus impresiones y vivencias, y los generales victoriosos en sus memorias. Pero, con razón, dice que difícilmente los soldados rasos, sobre quienes recae el peso del combate, cuentan sus vivencias públicamente, que es lo que hace él.
En este segundo libro, Bramley acomete la tarea de dar en conjunto la visión de los combatientes de ambos bandos, los que estuvieron frente a frente.
Para ello decidió realizar una serie de entrevistas con soldados rasos que combatieron en ambos bandos en el mencionado combate de Monte Longdon.
Primero entrevista a media docena de camaradas, algo que no le resulta demasiado difícil. Pero luego acomete la tarea de hacer lo mismo con ex combatientes del Regimiento 7 de Infantería, cuyos cuarteles estaban y están en la localidad de Arana, próxima a La Plata.
Para ello, en junio de 1993, viaja a Buenos Aires acompañado de otros dos ex combatientes del Tercer Batallón del Regimiento de Paracaidistas y un joven argentino que entonces vivía en el Reino Unido y que le servirá de traductor y estrecho colaborador en la tarea emprendida, Diego Kovadloff.
Los ex conscriptos argentinos que entrevista viven todos en el Gran Buenos Aires, en zonas de bajos ingresos, en Lanús y Banfield.
La recepción de los otrora enemigos es franca y cordial, cuando él esperaba resistencias e incluso resentimiento.
Reunir los testimonios le lleva varias semanas, trabajando muchas horas por día y con traducción mediante. A medida que avanza en la tarea, va encontrando más coincidencias en las vivencias humanas de los combatientes de ambos bandos.
Sobre el final de la investigación, realiza una visita a los cuarteles del Regimiento 7 de Infantería contra el cual combatió. Allí es recibido por el Segundo Jefe de la unidad y varios oficiales. Incluso se encuentra con un suboficial que con el grado de Sargento ha tenido una actuación valiente y destacada en el combate de Monte Longdon, quien continúa prestando servicios en la unidad.
Bramley se sorprende con la cordialidad con la cual lo reciben los oficiales argentinos, que le muestran la sala histórica de la unidad, que comienza con las primeras acciones en la guerra de la Independencia en 1813 y culmina con la actuación en la guerra de Malvinas, en la cual tiene un lugar destacado el único oficial muerto en el mencionado combate en ambos bandos, el Teniente Juan Domingo Baldini.
Desde la perspectiva argentina, el libro sirve para constatar que la actuación de las unidades de infantería argentina, integradas por conscriptos, fue mucho más eficaz que la imagen que en general existe sobre ello, ya que tuvieron que enfrentar a soldados profesionales con niveles de instrucción y organización de la OTAN.
Desde la perspectiva británica, confirma que el combate terrestre fue para los soldados británicos bastante más duro de lo que en general se cree.
En ambos casos, los testimonios reflejan la tristeza de los ex combatientes respecto al no reconocimiento y falta de apoyo tanto de las autoridades militares como de la sociedad civil hacia los ex combatientes, hayan sido ellos vencedores o vencidos.
En el caso británico, el tema tiene rigurosa actualidad, dado el esfuerzo que en esta década ha realizado el Ejército británico en Irak y Afganistán desde 2001 hasta la fecha. Al iniciarse las operaciones en el primer país, los efectivos del Ejército comprometidos llegaron a los 26.000 y actualmente hay 9.500 en Afganistán y todavía hay un millar en Irak.
Pero en nueve años, considerando las rotaciones por lo general semestrales, han pasado varias decenas de miles de hombres.
El peso de estas operaciones ha caído sobre uno de cada cuatro de los integrantes del Ejercito británico, que son las unidades de infantería como el batallón de paracaidistas que combatió en Malvinas.
En la exposición que se realiza actualmente en el Museo del Ejercito Británico que está en Chelsea, Londres, acerca de las guerras contemporáneas, y en las cuales está incluida la de Malvinas, se presenta un dato muy duro: el 9% de la población carcelaria británica son veteranos de guerra y 1.100 de los homeless que diariamente duermen en la calle en la capital británica también lo son.
Las causas son los traumas de la guerra, la afición por el alcohol y las drogas y, en general, la incapacidad para insertarse en la vida civil dadas las duras experiencias vividas.
Este fenómeno también lo han sufrido los veteranos argentinos y el libro de Bramley, además de su interés histórico, sirve para no olvidarlo.
* Existe edición en español: VIAJE AL INFIERNO, Planeta, 1993, 254pp.
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